Peter Bregman
Estudié la carta del restaurante durante varios minutos, luchando contra la indecisión, sintiéndome tentado por cada plato de una forma distinta.
Quizás debería pedírmelos todos…
¿Es esta una decisión frívola que no se merece una deliberación? Tal vez. Pero apuesto a que le ha pasado. Si no con la comida, pues con otra cosa distinta.
Dedicamos una cantidad de tiempo y energía desmesurada para decidir entre dos opciones igualmente atractivas en situaciones cotidianas. El problema es que, mientras que ambas pueden ser igual de atractivas, también son atractivas de distinta manera, con compensaciones que requieren transigir. Incluso cuando decidimos entre una ensalada de berza (sana y ligera), un plato de salmón (una proteína más pesada) y unos ravioli (deliciosos pero cargados de carbohidratos).
Si estas decisiones mundanas hacen mella en nuestro tiempo y energía, consideremos las decisiones más grandes que tenemos que tomar constantemente dentro de las organizaciones. ¿Qué productos deberíamos desarrollar y cuáles deberíamos abandonar? ¿A quién contratar o despedir? ¿Debería iniciar esa conversación difícil?
A estas preguntas les sigue un número infinito de preguntas adicionales. Si voy a mantener esa conversación difícil, ¿cuándo lo hago? Y, ¿cómo empiezo? ¿Debería llamar, acudir en persona o mandar un correo electrónico? ¿En público o en privado? ¿Cuánta información debo compartir? Y así sucesivamente.
Entonces, ¿cómo podemos gestionar todo tipo de decisiones con mayor eficacia? Yo empleo tres métodos, dos de los cuales describo en mi libro Four Seconds, y el tercero que descubrí hace un tiempo.
El primer método consiste en utilizar los hábitos como una manera de reducir la fatiga de la toma rutinaria de decisiones. La idea es que si se forma un hábito – por ejemplo comer siempre una ensalada al mediodía – se evita por completo la necesidad de decidir y se puede ahorrar la energía gastada en la toma de decisiones para dedicarlas a otras cosas.
Esto funciona para decisiones predecibles y rutinarias. Pero, ¿qué hay de las impredecibles?
El segundo método consiste en emplear una mentalidad de si/entonces para convertir las decisiones impredecibles en una rutina bien aprendida. Por ejemplo, digamos que alguien me interrumpe constantemente y no estoy seguro de cómo reaccionar. Entonces, mi regla de si/entonces podría ser algo como: si me interrumpe dos veces durante la misma conversación, entonces diré algo.
Estas dos técnicas – los hábitos y las reglas de si/entonces – pueden ayudar a optimizar muchas decisiones típicas y rutinarias a las que nos enfrentamos en nuestras vidas.
Lo que no hemos resuelto aún son las decisiones más grandes y estratégicas que no son habituales y no se pueden predecir.
Descubrí una sencilla solución para la toma de decisiones difíciles de forma más eficiente en una sesión realizada fuera de la oficina tiempo atrás con el CEO y algunos miembros del equipo de dirección de una empresa de alta tecnología. Se enfrentaban a una serie de decisiones únicas y excepcionales, los resultados de las cuales no se podían predecir con precisión.
Estas eran decisiones como cómo responder a una amenaza competitiva, en qué productos realizar una mayor inversión, cómo integrar mejor una adquisición, dónde reducir un presupuesto, cómo organizar las relaciones de subordinación, y así sucesivamente.
Estas son precisamente el tipo de decisiones que pueden durar semanas, meses o incluso años y ralentizar los progresos de organizaciones al completo. Estas decisiones son imposibles de convertir en hábito, y no se pueden resolver con las reglas de si/entonces. De forma más importante, son decisiones para las que no existe una clara respuesta correcta.
Los equipos de liderazgo tienden a persistir en este tipo de decisiones durante largo tiempo: recopilando más datos, haciendo un balance excesivo de las ventajas y desventajas, solicitando opiniones adicionales, retrasando la toma de decisiones mientras esperan que surja una respuesta clara.
Pero, ¿y si pudiéramos utilizar el hecho de que no exista una respuesta clara para tomar una decisión más rápida?
Pensaba en esto en una sesión mientras hablábamos, otra vez más, de la misma decisión sobre la que habíamos debatido en el pasado de qué hacer con cierto negocio, cuando hablé con el CEO.
«Son las 15:15», dijo. «Necesitamos tomar una decisión durante los próximos 15 minutos».
«Un momento», contestó el CFO, «esta es una decisión compleja. Quizás debamos continuar la conversación en la cena, o en la próxima sesión».
«No», fue la respuesta firma del CEO. «Tomaremos una decisión durante los próximos 15 minutos»
Y, ¿saben qué? Así lo hicimos.
Así llegué a mi tercer método de toma de decisiones: utilizar un temporizador.
Si los temas sobre la mesa han sido razonablemente investigados, las opciones son igualmente atractivas y aun así no se presenta una respuesta obvia, entonces reconozca que no existe una decisión claramente acertada y simplemente decídase.
Si ayuda, puede reducir el tamaño de la decisión, con una inversión mínima, para ponerla a prueba. Pero si esto no es posible, entonces simplemente decídase. El tiempo que se ahorrará al no deliberar sin sentido generará importantes beneficios de productividad.
Aguante, puede que quiera protestar. Si le dedico más tiempo, una respuesta se presentará. Bueno, podría ser. Pero, 1) ya ha desperdiciado un tiempo precioso esperando que surja y 2) la claridad de esa única decisión le incita a entretenerse, de forma contraproducente en demasiadas otras decisiones.
Simplemente, decídase y siga avanzando.
Inténtelo ahora mismo. Escoja una decisión que ha estado posponiendo, dedique tres minutos, y simplemente tómela. Si se ve abrumado por una avalancha de decisiones pendientes, coja una hoja y escriba una lista de estas decisiones. Asígnese un tiempo determinado y entonces, una por una, tome la mejor que pueda en ese momento. Tomar la decisión – cualquier decisión – reducirá su ansiedad y le permitirá avanzar. El mejor antídoto para la sensación de estar superado es el impulso hacia delante.
En cuanto a mi comida, pedí la ensalada de berza. ¿Fue la mejor elección? No lo sé. Pero al menos no sigo allí sentado mientras decido qué pido.